A la sombra de un Pulitzer

Arlin Alberty Loforte

Otra vez es noticia el Pulitzer de fotografía. Otra vez imágenes desgarradoras compiten por ser las mejores, fotogramas que muestran el horror de la guerra o del hambre.

Y una que otra se hace histórica por dejar para la eternidad el sufrimiento humano. Y se premia entonces, más que el ojo sagaz y el buen tino para disparar la cámara, las miles de formas que tiene el hombre de acabar con su igual, de destruir los sueños y las esperanzas de otros, a veces en nombre de la paz, evocada por almas de guerra.

Me viene a la mente una y otra vez la misma imagen: una niña africana con la nariz en el polvo pues las fuerzas no le daban para sostenerse en pie producto de la inanición, y el buitre que desde su lugar aguardaba, expectante, el desenlace final de su presa.

También pasan como destellos lo que muchos años después de ese suceso leyera respecto al afamado premio que ganara Kevin Carter, el fotorreportero que perpetuó para la historia esta imagen y todo el halo de especulaciones y verdades que coronaron el hecho.

Algunas giraban en torno a la decisión del fotógrafo de tirar del obturador de su cámara durante alrededor de 20 minutos esperando el fotograma perfecto, quien sabe si el momento final en que el ave carroñera le diera el último abrazo, el de la muerte a la infante famélica, en vez de socorrerla.

También decían de la culpa y las presiones que persiguieron al laureado creador y que para muchos fuera la razón que lo llevara a quitarse la vida tres meses después de recoger el premio.

Parece cosa de ficción, lo que sí es seguro que la foto existe y que es una de las más famosas y espeluznante del mundo, en ella se recoge el hambre de todo un continente y lo miserable que puede llegar a ser la especie humana.

Años después se premia el grito horrorizado de una niña afgana luego de que un atentado suicida destrozara el lugar donde se hallaba. A su alrededor muerte, sangre, el sufrimiento de los llamados “daños colaterales” que ya suman miles entre Afganistán, Iraq, Libia… Pero no es suficiente, deben ser millones si es preciso, para mantener los millones, eso sí, en los bolsillos de unos pocos.

Y llora la pequeña, se desgarra toda en un grito en el que le va la vida, esa que desde ese instante nunca más será la misma, como tampoco será igual la del afortunado y brillante profesional premiado, que se escuda y triunfa sobre el dolor ajeno.

¿Y dónde está Alá entonces? Y muchas son las familias que alzan sus manos al cielo, coronan de negro sus cabezas o escoden el rostro ante la impotencia, ante la injusticia.

Y era otra niña la que desnuda corría por aquella calle en una aldea de Vietnam luego de que bombas de Napalm y fósforo blanco le quemaran el cuerpo. Otra vez el horro se apoderaba de los anhelos de infancia.

Y famosos serían para siempre los fotogramas de la las primeras explosiones atómicas, ojalá sean las últimas, que marcaran la faz de la tierra, destruyeran dos pueblos enteros y dejaran el recuerdo imborrable, no solo por los muertos, sino por los que aún hoy nacen con la huella del absurdo y la estupidez en el rostro, la estupidez que mata y sigue sembrando muerte.

Los Pulitzer debieran premiar la instantánea de una sonrisa feliz, de la ayuda al prójimo, de los reclamos por la paz y la justicia, del despertar de los pueblos contra la mano que los oprime. Si no somos capaces de voltear el rostro y mirar al pasado, sí, muy pronto estos serán los temas para la instantánea premiada, pues se convertirán en especímenes en extensión los raros instantes de alegría enla Tierra.

Para ese entonces la sentencia final del planeta estará dictada, la sentencia de los seres y de los sueños: esa será definitiva.

4 comentarios

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4 Respuestas a “A la sombra de un Pulitzer

  1. Yisell Rodríguez Milán

    Me pareció muy atinado el artículo. Creo que tienes razón, de pronto, el día que decidamos mirar atrás, hacia las fotos que fueron testigo de nuestro pasado, no nos quedará más remedio que llorar. Pero los Pulitzer, al final, no son para eternizar lo que de hermoso sucede en regiones del mundo que no escandalizan con su paz o su sonrisa.
    Esos son los premios a la tristeza que un desalmado provocó, y que otro tomó de un flashazo en vez de detenerse a ayudar. Así fue con Carter. Y es que siempre el dolor vende más que la alegría, así como los tiempos de guerra le ganan a los gobiernos más dineros que la paz.

  2. Enrique Ubieta Gómez

    Excelente artículo.

  3. taymi

    Es que para muchos es más fácil ganar dinero a costa del dolor ajeno. Lo peor es que imágenes como esas siguen circulando cada día y desgarrándonos el alma a muchos. Próximamente será el día Internacional de la Infancia, y solo aquellos que sabemos amar y valorar a esas criaturas indefensas e inocentes, seremos responsables de hacer navegar al mundo imágenes de infantes con rostros sonrientes, dueños de un presente feliz y un futuro seguro y prometedor.

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